La destrucción de Pompeya y su redescubrimiento
Aproximadamente en el siglo VI a.C. los oscos, pueblo prerromano del sur de Italia, se asentaron al pie del Vesubio, atraídos por un clima benigno y por la fértil tierra volcánica, dando origen al primer núcleo estable de la ciudad de Pompeya. A partir del siglo IV a.C. la ciudad pasó a ser colonia de Roma y en el siglo II a.C. se desarrollaron grandes proyectos de construcción que la hicieron alcanzar su máximo apogeo.
Pompeya, cuya población llegó a alcanzar las 15.000 personas, se convirtió en lugar para la implantación de villas de recreo de las clases pudientes de Roma. Era uno de los puertos más importantes de la bahía de Nápoles y desde allí se enviaban productos a todo el imperio, y como comunidad próspera y pujante estaba dotada de todas las infraestructuras y servicios necesarios: calles pavimentadas y sistema de alcantarillado a la vista, fuentes y letrinas públicas, baños, teatros, templos y escuelas.
En 62 d. C. un intenso terremoto devastó Pompeya y las poblaciones cercanas, arrasando la práctica totalidad de sus edificios, pero poco a poco fue reconstruyéndose y recuperando la normalidad. En agosto de 79 d.C. el Vesubio entró en erupción tras una explosión de magma acumulada en el cráter durante siglos y sepultó la ciudad bajo una capa de metros de espesor de ceniza y piedra volcánica, borrándola de la faz de la tierra.
En el siglo XVIII fueron descubiertas de forma casual las ruinas de Herculano, y poco más tarde las de Pompeya. El rey Carlos III -no olvidemos que el reino de Nápoles pertenecía a la corona española- imbuido del espíritu de la ilustración, promovió e incluso visitó y supervisó personalmente las excavaciones. Un nuevo y definitivo impulso a la exploración llegó en el siglo XIX tras la incorporación de Nápoles al resto de Italia: se aplicaron nuevos métodos de prospección, se recuperaron las víctimas inyectando yeso en los huecos que dejaron los cuerpos al descomponerse, y se permitió el acceso de público para visitar el yacimiento.
En la actualidad las excavaciones continúan, ya que un tercio de la superficie de Pompeya no ha sido excavada.

La historia de Ione y Glauco
Los últimos días de Pompeya es la novela más conocida de Edward George Bulwer Lytton y una de las más importantes del romanticismo inglés. Escrita en 1834, en ella se narra una historia- la de la egipcia Ione y el griego Glauco-, de amor, intriga y traición en los días previos a la erupción del Vesubio, protagonizadas por personajes que a su vez representan los mundos contrapuestos imperantes: el griego , el egipcio , el romano y el cristiano.
Se trata de una novela al menos con tanto valor histórico como literario, pues Bulwer Lytton, que se instaló en las inmediaciones de Pompeya para escribir la obra en plena efervescencia y entusiasmo por las excavaciones, retrata y describe de manera fidedigna los detalles de la urbe: su arquitectura y urbanismo, sus usos y costumbres, la vida cotidiana de sus habitantes.
En el capítulo I.VII encontramos una magnífica descripción de los baños públicos de Pompeya, con sus características diferenciales en cuanto a disposición y arquitectura respecto a las termas de Roma. En III.I se nos muestra el foro, el espacio emblemático de la ciudad, con su columnata regular y simétrica de estilo dórico y su pavimento de baldosas de mármol. En V.II se nos presenta el anfiteatro , con su grada alta reservada a las mujeres y su parte inferior más próxima a la barrera reservada para los más ricos e ilustres, con sus velorios (toldos) blancos con bandas rojas para cubrir de sombra toda la elipse del edificio y los pasadizos para el acceso de bestias y gladiadores a la arena.
Pero es la presentación de la casa de Glauco la más exhaustiva y detallada, porque reproduce sin lugar a duda la conocida como Casa del Poeta Trágico, que Bulwer Lytton visitó repetidas veces en Pompeya.

Según la descripción de la novela, la casa no era de las de mayor tamaño, y se accedía a ella por un vestíbulo largo y estrecho, pavimentado con un mosaico que representaba un perro con las palabras cave canem (cuidado con el perro). A continuación se llegaba un atrio profusamente decorado con pinturas, del que partían dos escaleras a las habitaciones para los esclavos de la planta superior, y en cuyos lados tenía sendas piezas para recibir a las visitas que no habían de pasar a las zonas privadas de la casa . Al fondo quedaba el tablinum, sala que podía cerrarse con cortinas para impedir la vista hacia el peristilo, rodeado por siete columnas, corazón de la casa y al que recaían las habitaciones y el triclinium.

Las villas romanas en Pompeya
Las casas de Pompeya se ideaban totalmente consagradas al recreo y al ocio, y aunque daban la espalda y se cerraban a la calle, se volcaban a la naturaleza dando cada vez más espacio a estanques y jardines. La fachada únicamente se abría en la puerta de entrada y en los tabernae, tiendas donde los libertos vendían los productos de las tierras de su amo. El pompeyano proyectaba dos centros de atención de su casa: el atrium, de herencia itálica, y el peristilo, de herencia griega. Se entraba por un vestíbulo normalmente modesto y un corredor estrecho (fauces) que llevaba al atrium. Esta pieza tenía una abertura en el tejado o compluvium para que los faldones de la cubierta vertieran el agua en el implivium, que estaba provisto de aliviaderos para echar el agua sobrante a la calle. Existían diversas configuraciones de atrium, todas ellas descritas en la obra de Vitruvio. El tablinum, cerrado con puertas o cortinas, inicialmente era el dormitorio principal, pero fue evolucionando con la ampliación de las viviendas hacia sala de visitas, cerrada con puertas o cortinas. Era característico de las casas pompeyanas el peristilo que encerraba un jardín y al que se abrían las alcobas, con orientaciones varias para invierno y verano, y el triclinium, donde los romanos comían reclinados conforme al uso griego. Las cocinas se alejaban de las piezas nobles y están provistas de fogón, y a su lado se ubicaban las letrinas, cerca del conducto de las aguas sucias.
Las casas de Pompeya representan una tipología característica, la de las villas suburbanas, con rasgos propios diferenciales de las villas imperiales de Roma o de las villas rústicas diseminadas a lo largo y ancho de los territorios conquistados, y experimentaron con el desarrollo y poder económico de la clase comerciante en las provincias del Imperio, una creciente complejidad y sofisticación que acabó dando lugar a magníficas muestras de domus romanas.
Para saber más:
- Los últimos días de Pompeya, Edward George Bulwer .Lytton.. Ed. Blacklist. 2010
- La vida cotidiana en Pompeya, Robert Etienne. Ed. Temas de hoy. 1992
- Los diez libros de Arquitectura, Marco Vitruvio. Ed. Alianza forma. 1997